Actualizado a 08 de abril de 2024

El Alto Imperio Romano


La ciudad de Roma estuvo al principio bajo el poder de reyes; la libertad y el consulado los estableció Lucio Bruto. Las dictaduras se adoptaban con carácter temporal; tampoco la autoridad de los decemviros duró más de dos años, ni mucho tiempo la potestad consular de los tribunos militares. No fue larga la dominación de Cinna, como no lo fue la de Sila; el poder de Pompeyo y de Craso pasó pronto a manos de César, y las armas de Lépido y de Antonio a las de Augusto, el cual recibió bajo su imperio, con el nombre de príncipe, el mundo agotado por las discordias civiles. Pues bien, las fortunas y adversidades del viejo pueblo romano han sido historiadas por escritores ilustres, y tampoco a los tiempos de Augusto les faltaron notables ingenios que los narraran, hasta que al crecer la adulación se fueron echando atrás. Así, la historia de Tiberio y de Gayo y la de Claudio y Nerón se escribió falseada por el miedo mientras estaban ellos en el poder; tras su muerte, amañada por los odios recientes. De ahí mi designio de tratar brevemente y sólo de los postreros momentos de Augusto, y luego el principado de Tiberio y lo demás sin encono ni parcialidad, para los que no tengo causas próximas. TÁCITO, Anales 1, 1, 1-3.

Tú, romano, recuerda tu misión: ir rigiendo los pueblos con tu mando. Estas serán tus artes: imponer leyes de paz, conceder tu favor a los humildes y abatir combatiendo a los soberbios. VIRGILIO, Eneida, 6, 851-853.

 Instituciones políticas del Principado

El pueblo se alegró tanto por su muerte que, al primer anuncio de ella, unos corrían de un lado a otro gritando: «¡Tiberio, al Tíber!», otros rogaban a la madre tierra y a los dioses Manes que no otorgaran al muerto sede alguna sino entre los impíos, y otros amenazaban al cadáver con el garfio y las Gemonias, exasperados por el recuerdo de su antigua crueldad y por otra nueva atrocidad. Pues, como se había establecido por un decreto del Senado que el suplicio de los condenados se aplazara siempre hasta el décimo día, ocurrió casualmente que el día fijado para la ejecución de algunos de ellos era el mismo en que se anunció la muerte de Tiberio. Al implorar éstos ayuda a los ciudadanos, porque no había nadie a quien suplicar e interpelar por hallarse ausente todavía Gayo, los guardianes, para no hacer nada en contra de lo ordenado, los estrangularon y arrojaron a las Gemonias. Por eso creció aún más el rencor, como si la crueldad del tirano perdurara incluso después de su muerte. Cuando se comenzó a trasladar el cadáver desde Miseno, aunque muchos gritaban que era mejor trasladarlo a Átela y quemarlo a medias en el anfiteatro, fue transportado a Roma por unos soldados y quemado en la pira con exequias públicas. Había hecho el testamento por duplicado dos años antes, un ejemplar autógrafo y otro por mano de un liberto, pero ambos con el mismo modelo, y los había refrendado con la firma de personas incluso de la más baja condición. En él dejó como herederos a partes a» iguales a sus nietos Gayo, hijo de Germánico, y Tiberio, hijo de Druso, y ordenó que se sucedieran el uno al : otro respectivamente. Hizo también legados a muchas personas; entre ellas, a las vírgenes vestales, pero también a todos los soldados y plebeyos de Roma a título individual, e incluso, en otro párrafo aparte, a los jefes de los barrios. SUETONIO, Tiberio, 75-76.

Historia del Imperio Romano en 10 minutos

Desagradándole, según decía, el mal gusto de los edificios antiguos, la estrechez e irregularidad de las calles, hizo poner fuego a la ciudad; lo hizo con tal desfachatez, que algunos consulares, sorprendiendo en sus casas esclavos de su cámara, con estopas y antorchas en las manos, no se atrevieron a detenerlos. Los graneros contiguos a la Casa de Oro, cuyos terrenos deseaba, fueron incendiados y derribados con máquina de guerra, pues estaban construidos con piedras de sillería. Duraron tales estragos seis días y siete noches, y el pueblo no tuvo durante ellos otro refugio que los monumentos y las sepulturas. Además de gran número de casas particulares, el fuego consumió las moradas de los antiguos generales, adornadas todavía con los despojos del enemigo, los templos consagrados a los dioses por los reyes de Roma o levantados durante las Guerras Púnicas y las de la Galia; todo, en fin, lo que la antigüedad había dejado de curioso y digno de memoria. Nerón estuvo contemplando el incendio desde lo alto de la torre de Mecenas, encantado, según dijo, de la hermosura de la llama, y vestido en traje de teatro cantó al mismo tiempo la toma de Troya. Tampoco dejó escapar esta ocasión de pillaje y robo: se había comprometido a hacer retirar gratuitamente los cadáveres y escombros y a nadie permitió que se acercase a aquellos restos que había hecho suyos. Recibió y hasta exigió contribuciones por las reparaciones de Roma, hasta el punto de haber casi arruinado por este medio a los particulares y a las provincias. SUETONIO, Los doce césares: Claudio NerónXXXVIII.

 
 Emperadores romanos y Mapa Expansión territorial de Roma

Trajano, habiendo cruzado el Ister por medio de este puente, dirigió la guerra con segura prudencia y no con impaciencia, de modo que después de un duro enfrentamiento venció a los Dacios. En el curso de la campaña él mismo protagonizó muchos actos de valentía y dotes de mando, y sus tropas corrieron muchos riesgos y realizaron grandes proezas en su nombre. He aquí que cierto jinete, después de haber sido evacuado con los heridos de la batalla con la esperanza de que podría curarse, cuando se dio cuenta de que no se podría salvar, salió aprisa de la tienda (pues su lesión no había afectado aún a su corazón) y, ocupando de nuevo un puesto en las líneas, murió después de dar grandes muestras de valor. Decébalo se suicidó cuando su capital y todos su territorio habían sido ocupados y él mismo corría el riesgo de ser capturado; y su cabeza se trajo a Roma. De esta manera, Dacia pasó a manos de los romanos, y Trajano fundó allí ciudades. También se descubrieron los tesoros de Decébalo, escondidos bajo el río Sargetia que discurría más allá de su palacio. Con la ayuda de algunos cautivos, Decebalo había desviado el curso del río, había hecho una excavación en su lecho, y había ocultado en esta cavidad una gran cantidad de plata y de oro y otros objetos de gran valor que podían resistir una gran humedad; luego había acumulado piedras encima de estos tesoros y lo había cubierto con tierra, devolviendo luego el río a su curso original. También había obligado a los mismos cautivos a depositar sus túnicas y otros artículos de un cierto valor en estas cuevas, y después de hacerlo les dispersó para impedirles descubrir cualquier cosa. Pero Bicilis, un compañero suyo que sabía lo que había ocurrido, al ser capturado proporcionó la información de estos hechos. Más o menos por esas mismas fechas, Palma, el gobernador de Siria, se hizo con el control de la parte de Arabia situada alrededor de Petra y la puso bajo el dominio de los romanos. DIÓN CASIO, Historia romana, 68, 14, 1-5.
Durante un rato permaneció tranquilo, pero cuando el veneno afectó al estómago e intestinos, se apoderó de él un mareo seguido de una vomitona, bien porque la comida y abundante bebida ingeridas antes rechazaban el veneno, bien por haber tomado previamente un antídoto, como suelen tomar los emperadores siempre antes de cada comida. Pero, ante aquella vomitona, Marcia y los otros, temiendo que arrojara todo el veneno y que se recuperara y fuera la ruina de todos, persuadieron con promesas de generosas recompensas a un tal Narciso, joven decidido y fuerte, para que se acercara a Cómodo y lo estrangulara. Él irrumpió en habitación del emperador, que estaba abatido por el veneno y el vino, y le apretó el cuello hasta matarlo. Este fue el fin de Cómodo después de trece años de gobierno tras la muerte de su padre. De más noble cuna que los emperadores que le precedieron, aventajaba a los hombres de su tiempo por su agradable apariencia y las adecuadas proporciones de su físico, y, si hay que referirse a sus cualidades de varón, diremos que no fue inferior a nadie en puntería y destreza. Sin embargo, deshonró las dotes que la fortuna le había deparado con una conducta vergonzosa, tal como antes se ha relatado. HERODIANO, Historia del Imperio Romano después de Marco Aurelio, I, 17.