"Ejecución de los comuneros de Castilla" (1860) A. Gisbert.
Muy magníficos señores.
Como a todos sea notorio que la raíz y principio de donde han manado todos los males y daños que estos reinos han recibido ha sido la falta de salud de la reina nuestra señora, la cual y la tierna edad del rey nuestro señor, su hijo, dieron causa y lugar a que, metidos extranjeros en la gobernación de los dichos reinos, tan sin piedad fuesen despojados y tiranizados dellos en tanto deservicio de sus majestades y daño particular y general de todos, acordamos los procuradores del reino que para el remedio de los dichos daños, mediante la gracia divina, que la primera y más justa jornada que podíamos y debíamos hacer era ir a la villa de Tordesillas a presentarnos ante nuestra reina y señora para dos cosas: la una, para que la junta se haga en su palacio real, presentándole aquel acatamiento y obediencia que a su real persona se debe, y a le dar toda la cuenta que de los dichos daños y de lo que para el remedio de ellos se tratare su alteza será servida de recibir.
[...] Asimismo hacemos saber a vuestras mercedes que, viendo que el efecto para que aquí nos juntamos era reparar los males hechos en el reino y resistir los que cada día se aparejaran de nuevo no se podía conseguir estando el poder y fuerzas en manos de los mismos autores y fabricadores de los dichos males, que son los que hasta aquí han estado en el Consejo Real, los cuales [...] estudian ahora de nuevo con todas sus fuerzas en aparejarse, así de gente de armas como de ayudas de grandes para llevar adelante su diabólico propósito, acordamos, habiendo sobre ello muchos días platicado y deliberado, que era necesario sobreser la autoridad de los susodichos, pues era poderío de tinieblas, hasta tanto que, con acuerdo de estos reinos, sus majestades determinen sus culpas y provean de consejo y gobernador y gobernadores conforme a la ley de los reinos, lo cual así se hizo por un requerimiento que por nuestro mandado se les notificó en la noble villa de Valladolid.
[...] A vuestras mercedes y a todo el reino es notorio como, en tiempo de los Católicos reyes don Fernando y reina doña Isabel, que santa gloria hayan, se hicieron y ordenaron en Cortes muchas cosas excelentes y dignas de memoria para el bien de estos reinos, las cuales y las leyes y fueros y pragmáticas reales se han quebrantado por mal gobierno, de donde se han seguido en el reino los daños irreparables y todos los inconvenientes y desasosiegos en que estamos, todo esto ha resultado del poco cuidado que las ciudades y comunidades han tenido que proveer de remedio para la observancia de su bien. [...] Y porque tornaríamos al mismo inconveniente si no se proveyese como se guardase lo ordenado, muy platicado y conferido entre nosotros, e hicimos una hermandad y unión de todas las ciudades y villas, provincias, la cual se otorgó por vuestros procuradores y los otros que aquí estaban y lo mismo harán los otros que aquí vinieren, esperamos en Dios nuestro señor que nos guio a lo hacer que será servido como sea guardada y de esta manera las ciudades y villas y comunidades de esto reino se hacen muy fuertes y poderosas y se guardarán sus leyes y fueros, no consintiendo que se quebranten, y el reino se forma en costumbre y estilo de los guardar como hasta aquí estaba en descuido de no tener pena del quebrantamiento de ello y de su perdición. Provisión de la Santa Junta a la Comunidad de Valladolid (1520).
[...] Pero como apenas pudiese contener a los que huían, porfiando que en las paredes de Villalar, que ya de antes se llamaba el campo de los nobles; allí los virreyes, aprovechando en buen agüero y fausto sobrenombre del lugar, dividieron el ejército en dos columnas; la de la derecha la comandaban ellos mismos, la otra de la izquierda, Pedro Velasco, y de este modo se arrojaron sobre los enemigos. Juan de Padilla, viendo que los soldados ni aún en Villalar se detenían, sino que la mayor parte parecían inclinados a no dejar de huir, volviéndose a los pocos nobles y a algunos jinetes a quienes veía más dispuestos a pelear, les dijo: “Vosotros mismos veis como yo cuál es nuestra desgracia; los proletarios, menestrales y labradores rehúsan el batirse, sólo resta el que nosotros, que somos un puñado, muramos. Conviene que tengamos ahora presente el papel que hemos representado y la opinión que vulgarmente se tiene de nosotros; no tengan motivo alguno para quejarse de nuestra fidelidad los pueblos que pusieron en nuestras manos sus fortunas y vidas; sepan que no nos han faltado valor para llevar, sino al fin debido, indudablemente al que ha sido grato a Dios, la empresa que no sé por qué desgracia nuestra emprendimos; y si nos tuvieran que envidiar la victoria, cederá en gloria nuestra el habernos querido favorecer el cielo en tan grande empresa”. Dichas estas palabras, volviendo contra el enemigo, contuvieron el ímpetu de la caballería; pero sucediéndose en seguida las tropas de infantería, una lluvia de dardos los cubría por todas partes. El conde de Benavente fue el primero que acometió al ejército de los plebeyos, y como la artillería le hubiese obligado a detenerse a mitad de la distancia, cargaron por todas partes. Juan de Padilla se dirigió, lanza en ristre, contra Pedro Bazán, y porque estaba armado ligeramente, al primer golpe lo arrojó del caballo; por fin, como por una parte los virreyes y por otra el conde de Haro cargasen con mayor ímpetu e hiciesen caer a muchos, Padilla fue hecho prisionero. Pedro Maldonado Pimentel, Francisco Maldonado y Juan Bravo, que eran los más visibles por su nobleza, también fueron presos; de los demás, mataron a cuatrocientos, pues en la huída perecieron muchos. Pedro Velasco, Pedro Cueva y otros nobles, con algunos escuadrones de caballería los persiguieron en la huída, por tan largo rato, que ya cansados, los herían por las espaldas, y ni aún juzgaban dignos de compasión a los que la suplicaban. Los cañones de bronce, en los que principalmente confiaban los populares, casi absolutamente estuvieron sin uso en aquella batalla (excepto a la primera envestida que fueron disparadas algunas bombardas, y fue arrojado a lo alto un caballo del lado de Pedro Velasco), dando por motivo los artilleros la lluvia y la humedad de la pólvora. Pero vulgarmente se creyó que habían sido sobornados, ofreciéndoles el perdón de sus delitos y otras promesas.
Vierais todos aquellos campos de Villalar llenos de armas y cadáveres. [...] Sin embargo, después de vencidos, los jefes se abstuvieron de matar. A ninguno de los soldados rasos se les hizo prisionero, sino que mandándoles arrojar las armas, se les permitió a todos marchar libremente.
[...] Al día siguiente, Padilla, jefe y general de los pueblos rebeldes; Francisco Maldonado, salmantino; y Juan Bravo, segoviano; fueron sacados en medio de la plaza de Villalar [...] fueron degollados. MALDONADO, J. (1540): La Revolución Comunera.
Audiovisuales "Comuneros"; "Comuneros, la revolución castellana" por Bellumartis; "Ejecución de los Comuneros" (fragmento "La leona de Castilla"); "Comuneros en la Historia" por CyLtv;
Podcast "Los Comuneros" por Memorias de un tambor;Cine-tv: La leona de Castilla (1951); Los comuneros (1978); Carlos (2015).
Fuentes: