Para aquellos de nosotros que
vivimos los años de la Gran Depresión, todavía resulta incomprensible que la
ortodoxia del mercado libre, tan patentemente desacreditada entonces, haya
podido presidir nuevamente un período general de depresión a finales de los
ochenta y principios de los noventa, en el que se ha demostrado igualmente
incapaz de aportar soluciones. Este extraño fenómeno debe servir para
recordarnos un gran hecho histórico que ilustra: la increíble falta de memoria
de los teóricos y prácticos de la economía. Es también una clara ilustración de
la necesidad que la sociedad tiene de los historiadores, que son los
“recordadores” profesionales de lo que sus ciudadanos desean olvidar. HOBSBAWM, E. (1994): Historia del siglo XX.
Muy pronto, un negocio mucho más
atractivo que el teatral atrajo mi atención y la de mi país. Era un asuntillo
llamado mercado de valores [...]. Si uno compraba ochenta mil dólares de
acciones, sólo tenía que pagar en efectivo veinte mil, el resto se le dejaba a
deber al agente [...]. El mercado seguía subiendo y subiendo [...]. Lo más
sorprendente del mercado en 1929 era que nadie vendía una sola acción. La gente
compraba sin cesar [...]. El fontanero, el carnicero, el hombre del hielo,
todos anhelando hacerse ricos arrojaban sus mezquinos salarios (y en muchos casos
los ahorros de toda la vida) en Wall Street [...]. Un buen día el mercado
empezó a vacilar. Algunos de los clientes más nerviosos fueron presa del pánico
y empezaron a vender [...]; al principio las ventas se hacían ordenadamente,
pero pronto el pánico echó a un lado el buen juicio y todos empezaron a lanzar
al ruedo sus valores [...] y los agentes empezaron a vender acciones a
cualquier precio [...]. Luego, un día, Wall Street tiró la toalla y se
derrumbó. Eso de la toalla es una frase adecuada porque para entonces todo el
país estaba llorando. MARX, G. (1981): Groucho y yo.
El crack del 29 y la gran depresión
Nada hacía presumir en aquella apacible mañana otoñal del jueves 24 de octubre, que pasaría a la historia como una de las fechas negras del siglo, el jueves negro de Wall Street. La sesión bursátil se inició de forma sostenida, pero en seguida afluyeron grandes cantidades de papel y se hundieron los precios. Los angustiados especuladores arrojaron sus títulos sobre las mesas de contratación. El ticker [teletipo] se retrasó. Los agentes de bolsa exigieron garantías para los títulos a crédito y ante la imposibilidad de obtenerlos, volcaron nuevas remesas de papel sobre la bolsa, ocasionando nuevas bajadas. Y así ola tras ola, levantando una tempestad más fuerte e incontrolable. En la calle se originaron tumultos entre especuladores y curiosos que se arremolinaban en Wall Street. La policía tomó medidas. Entre los corrillos circuló el rumor de que once especuladores arruinados se habían suicidado. A las 12:30, para controlar el follón, se ordenó desalojar las dependencias de la bolsa reservadas al público. Uno de los que salió a la calle fue Winston Churchill, que pocos meses antes había abandonado el Ministerio de Hacienda británico. Churchill se admira del orden y la calma sorprendentes que, dada la gravísima situación, mantenían los especuladores que estaban allí [...] ofreciéndose unos a otros paquetes enormes de acciones a un tercio de sus antiguos precios y a la mitad e su valor actual y sin encontrar durante muchos minutos a nadie lo bastante fuerte como para recoger las fortunas que se veían obligados a ofrecer. Churchill, que llevaba tres meses en América dando conferencias y visitando amigos, había obtenido unas ganancias de 5.000 libras jugando a la bolsa. Debió perderlo todo en el crack, pero jamás lo hizo público. SOLAR, D. (1983): El crack. Historia Universal del siglo XX. Historia 16.
Esquemas del Crack del 29 y la Gran Depresión
Por lo tanto, la nación entró vacilante al
segundo invierno de la depresión y el desempleo comenzó a volverse una forma de
vida [...] Pero el frío era terrible en las viviendas sin calefacción, en las
posadas que olían a sudor y desinfectantes, en los parques, en los furgones
vacíos y a lo largo de los muelles. Sin dinero para el alquiler, los hombres
sin trabajo y todas sus familias comenzaron a levantar barracas donde
encontraban tierra desocupada. A lo largo de los terraplenes de los
ferrocarriles, al lado de los incineradores de desperdicios, en los basureros
de las ciudades, aparecieron poblados de cartón embreado y hojalata, cajas
viejas de empaque y carrocerías de automóvil inservibles. Algunas barracas eran
ordenadas y limpias: por lo menos la limpieza era gratuita; pero otras eran de
una sordidez que desafiaba toda descripción, con los olores de la pobreza y de
la rendición. Símbolos de la Nueva Era, esas comunidades recibieron muy pronto
un nombre sardónico: se las llamó Villas Hoover, y de hecho en muchos casos
solo los afortunados podían encontrar refugio en ellas. Los infortunados
pasaban las noches amontonados ante las puertas, en cajas de empaque vacías o
en furgones. En las filas de pan y en las cocinas populares, muchas horas de
espera traían una escudilla de papilla a menudo sin leche o sin azúcar y una
taza de hojalata con café. [...] Ese segundo invierno vio a los habitantes de
Chicago que escarbaban con palos y con las manos los montones de basura cuando
se alejaban los camiones del servicio de limpieza. SCHLESINGER, A.M. (1938): La crisis del
orden antiguo 1919-1933.
1929: el gran crack
Nuestra más ardua tarea, la
primera, es hacer que el pueblo vuelva al trabajo. No es un problema
irresoluble si nos enfrentamos a él con prudencia y valentía. Puede realizarse,
en parte, mediante la contratación directa por parte del gobierno, actuando
como en caso de guerra; pero al mismo tiempo, llevando a cabo los trabajos más
necesarios, a partir de estas personas contratadas, para estimular y
reorganizar la utilización de nuestros recursos naturales. Debemos esforzarnos
por conseguir que la tierra sea utilizada de forma más adecuada y por parte de
los más capacitados. Se contribuirá a dicha tarea realizando esfuerzos precisos
por elevar el precio de los productos agrícolas y con ellos del poder
adquisitivo de los agricultores, que absorberá la producción de nuestras
ciudades. Por otra parte hay que reconocer que nuestros centros industriales
están superpoblados y hay que promover una nueva distribución a escala nacional
[…]. Podemos facilitar [el empleo] planificando y supervisando en el ámbito nacional
los transportes, las comunicaciones y todos los servicios que sean de interés
público […]. En nuestro camino hacia la plena ocupación debemos tomar medidas
destinadas a vigilar las actividades bancarias, financieras y de inversiones;
limitar las actividades especulativas; asegurar el calor de nuestra divisa
[…]. ROOSVELT, F. D. (1933): Discurso de toma de posesión como presidente
de Estados Unidos.
Crack del 29 y Gran depresión por Wikipedia, ClasesHistoria, La Gran Depresión.com, La crisis o el crack de 1929, Santillana, Kairos, History Channel [english] y Peatom. New Deal por Wikipedia y N. D. Network [english].
RUIZ LALINDE, P. A.: Tema VIII. La economía de entreguerras, el crack del 29.
SENNHOLZ, H. F. (2003): La gran depresión, Revista Libertas, 38.
LÓPEZ FDEZ DE LASCOITI, E. (2009): Crack de 1929: causas, desarrollo y consecuencias; Revista Internacional del Mundo Económico y del Derecho.
NAVARRO, V. (2012): Las semejanzas entre la Gran Depresión y ahora.
Audiovisuales "1929: la gran depresión", "El crack de los años 20", "La gran depresión" de Historia de EEUU, "Roosevelt y la Gran Depresión" de Historia del siglo XX; "El crack del 29" de Para todos la 2, "Los felices años 20 y el crack del 29", "La lección no aprendida [comparativa 1929-2008]" "¿Cómo se llegó al crack del 29?" de Practicopedia., "Tiempo que recordar 1920s vol.1, vol.2, vol.3 y vol.4" de Brithis Pathé.
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Música: "Art Deco" de Lana del Rey.
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FUENTES: Esquemas y mapas conceptuales de Historia de D. Gómez Valle; y ClasesHistoria.