Actualizado a 08 de abril de 2024

La conquista y administración de América

"La entrada de Hernán Cortés en México" (s.XXI) por A. Ferrer-Dalmau.

Art. 4. Provee que cada quincena el encomendero realice un examen de los indios para comprobar lo que han aprendido; que más adelante les enseñe los Diez Mandamientos, los siete pecados capitales y los artículos de la Fe [...].
Art. 13. Provee que los indios están obligados a extraer oro de las minas cinco meses al año; que al final de cada período descansen durante cuarenta días [...].
Art. 24. Prohibe pegar o insultar al indio. [...]
Art. 35. Limita el número de indios que pueden estar en posesión de una persona; no más de ciento cincuenta ni menos de cuarenta [...]. FERNANDO II de ARAGÓN (1512): Leyes de Burgos.

[1519] Nosotros aun no llegábamos á cuatrocientos cincuenta soldados, y teníamos muy bien en la memoria las pláticas é avisos que nos dieron los de Guaxocingo é Tlascala y Talmanalco, y con otros muchos consejos que nos habían dado para que nos guardásemos de entrar en Méjico, que nos habían de matar cuando dentro nos tuviesen. Miren los curiosos lectores esto que escribo, si había bien que ponderar en ello; ¿qué hombres ha habido en el universo que tal atrevimiento tuviesen? Pasemos adelante, y vamos por nuestra calzada. Ya que llegábamos donde se aparta otra calzadilla que iba á Cuyoacan, que es otra ciudad a donde estaban unas como torres, que eran sus adoratorios, vinieron muchos principales y caciques con muy ricas mantas sobre sí, con galanía y libreas diferenciadas las de los unos caciques é los otros, y las calzadas llenas dellos, y aquellos grandes caciques enviaba el gran Montezuma delante á recebirnos; y así como llegaban delante de Cortés decían en sus lenguas que fuésemos bien venidos, y en señal de paz tocaban con la mano en el suelo y besaban la tierra con la mesma mano.
Así que, estuvimos detenidos un buen rato, y desde allí se adelantaron el Cacamacan, señor de Tezcuco, y el señor de Izpalapa y el señor de Tacuba y el señor de Cuyoacan á encontrarse con el gran Montezuma, que venía cerca en ricas andas, acompañado de otros grandes señores y caciques que tenían vasallos. E ya que llegábamos cerca de Méjico, adonde estaban otras torrecillas, se apeó el gran Montezuma de las andas, y traíanle del brazo aquellos grandes caciques debajo de un palio muy riquísimo á maravilla, y la color de plumas verdes con grandes labores de oro, con mucha argentería y perlas y piedras chalchihuis, que colgaban de unas como bordaduras, que hubo mucho que mirar en ello; y el gran Montezuma venía muy ricamente ataviado, según su usanza, y traía calzados unos como cotaras, que así se dice lo que se calzan, las suelas de oro, y muy preciada pedrería encima en ellas; é los cuatro señores que le traían del brazo venían con rica manera de vestidos á su usanza, que parece ser se los tenían aparejados en el camino para entrar con su señor, que no traían los vestidos con que nos fueron á recibir; y venían, sin aquellos grandes señores, otros grandes caciques, que traían el palio sobre sus cabezas, y otros muchos señores que venían delante del gran Montezuma barriendo el suelo por donde había de pisar, y le ponían mantas porque no pisase la tierra. Todos estos señores ni por pensamiento le miraban á la cara, sino los ojos bajos é con mucho acato, excepto aquellos cuatro deudos y sobrinos suyos que le llevaban del brazo.
E como Cortés vio y entendió é le dijeron que venía el gran Montezuma, se apeó del caballo y desque llegó cerca de Montezuma, á una se hicieron grandes acatos; el Montezuma le dio el bien venido, é nuestro Cortés le respondió con doña Marina que él fuese el muy bien estado. E paréceme que el Cortés con la lengua dona Marina, que iba junto á Cortés, le daba la mano derecha, y el Montezuma no la quiso é se la dio á Cortés; y entonces sacó Cortés un collar que traía muy á mano de unas piedras de vidrio, que ya he dicho que se dicen margajitas, que tienen dentro muchos colores é diversidad de labores, y venia ensartado en unos cordones de oro con almizque porque diesen buen olor, y se le echó al cuello al gran Montezuma; y cuando se lo puso le iba á abrazar, y aquellos grandes señores que iban con el Montezuma detuvieron el brazo de Cortés que no le abrazase, porque lo tenían por menosprecio; y luego Cortés con la lengua doña Marina le dijo que holgaba agora su corazón en haber visto un tan gran príncipe y que le tenía en gran merced la venida de su persona á le recebir y las mercedes que le hace á la contina.
E entonces el Montezuma le dijo otras palabras de buen comedimiento, é mandó á dos de sus sobrinos de los que le traían del brazo, que era el señor de Tezcuco y el señor de Cuyoacan, que se fuesen con nosotros hasta aposentarnos; y el Montezuma con los otros dos sus parientes, Cuedlauaca y el señor de Tacuba, que le acompañaban, se volvió á la ciudad, y también se volvieron con él todas aquellas grandes compañías de caciques y principales que le habían venido á acompañar; é cuando se volvían con su señor estábamoslos mirando cómo iban todos, los ojos puestos en tierra, sin miralle y muy arrimados á la pared, y con gran acato le acompañaban; y así, tuvimos lugar nosotros de entrar por las calles de Méjico sin tener tanto embarazo.
¿Quién podrá decir la multitud de hombres y mujeres y muchachos que estaban en las calles é azuteas y en canoas en aquellas acequias que nos salían á mirar? Era cosa de notar, que agora, que lo estoy escribiendo, se me representa todo delante de mis ojos como si ayer fuera cuando esto pasó: y considerada la cosa y gran merced que nuestro Señor Jesucristo nos hizo y fue servido de darnos gracia y esfuerzo para osar entrar en tal ciudad, é me haber guardado de muchos peligros de muerte, como adelante verán. Doyle muchas gracias por ello, que á tal tiempo me ha traído para podello escribir, é aunque no tan cumplidamente como convenía y se requiere; y dejemos palabras, pues las obras son buen testigo de lo que digo.
E volvamos á nuestra entrada en Méjico, que nos llevaron á aposentar á unas grandes casas, donde habia aposentos para todos nosotros, que habían sido de su padre el gran Montezuma, que se decía Axayaca, adonde en aquella sazón tenía el gran Montezuma sus grandes adoratorios de ídolos, é tenía una recámara muy secreta de piezas y joyas de oro, que era como tesoro de lo que había heredado de su padre Axayaca, que no tocaba en ello. Y asimismo nos llevaron á aposentar á aquella casa por causa que como nos llamaban teules, é por tales nos tenían, que estuviésemos entre sus ídolos, como teules que allí tenía. Sea de una manera ú de otra, allí nos llevaron, donde tenía hecho grandes estrados y salas muy entoldadas de paramentos de la tierra para nuestro capitán, y para cada uno de nosotros otras camas de esteras y unos toldillos encima, que no se da más cama por muy gran señor que sea, porque no las usan; y todos aquellos palacios muy lucidos y encalados y barridos y enramados.
Y como llegamos y entramos en un gran patio, luego tomó por la mano el gran Montezuma á nuestro capitán, que allí lo estuvo esperando, y le metió en el aposento y sala donde había de posar, que la tenía muy ricamente aderezada para según su usanza, y tenía aparejado un muy rico collar de oro, de hechura de camarones, obra muy maravillosa; y el mismo Montezuma se lo echó al cuello á nuestro capitán Cortés, que tuvieron bien que admirar sus capitanes del gran favor que le dio; y cuando se lo hubo puesto, Cortés le dio las gracias con nuestras lenguas; é dijo Montezuma: “Malinche, en vuestra casa estáis vos y vuestros hermanos, descansad”; y luego se fue á sus palacios, que no estaban lejos; y nosotros repartimos nuestros aposentos por capitanías, é nuestra artillería asestada en parte conveniente y muy bien platicada la orden que en todo habíamos de tener, y estar muy apercibidos, así los de á caballo como todos nuestros soldados; y nos tenían aparejada una muy suntuosa comida á su uso é costumbre, que luego comimos. Y fue esta nuestra venturosa é atrevida entrada en la gran ciudad de Tenustitlan, Méjico, a 8 días del mes de noviembre, año de nuestro Salvador Jesucristo de 1519 años. DÍAZ DEL CASTILLO, Bernal (1575): Verdadera historia de los sucesos de la conquista de la Nueva España.

Art. 10. Los indios son personas libres y vasallos de la Corona, y ha sido siempre propósito real
el tratarlos como tales [...].
Art. 24. Es uno de los principales deberes de la Audiencia el averiguar y castigar los excesos cometidos contra los indios. [...]
Art. 33. Aquellos encomenderos que han maltratado a sus indios perderán sus encomiendas, que pasarán a la Corona. [...]
Art. 35. También ordenamos y mandamos que de ahora en adelante ningún virrey, gobernador, audiencia, descubridor u otra persona, puede dar indios en encomienda, [...] sino que a la muerte de las personas que los tuviera, que pasen a nuestra Real Corona. CARLOS I (1542): Leyes Nuevas.
Sacra Católica Cesárea Majestad [Carlos I]: En todos los navíos que han ido desta Nueva España, he escrito a V.M. dando larga e particular relación del estado de las cosas de la tierra y de lo que se ha hecho después de mi venida, en complimiento de lo que V. M. me mandó y se me dio por instrucción y no he tenido respuesta de V.M. ni noticia de que de mis cartas se haya hecho relación; y dos años y medio ha que se escribieron las primeras [...].
La ejecución de las nuevas leyes y provisiones que se me dieron y después se han enviado han puesto la tierra en grandes trabajos y necesidades, y de cada día van siendo mayores a causa de venir de golpe la ejecución. En los españoles hay gran descontento y mucha pobreza y en los indios más soltura y regalo que sufre su poca constancia. Con sospecha estoy que de parte de una nación o de la otra han de suceder inconvenientes malos de remediar, porque está la tierra tan llena de negros y mestizos que exceden en gran cantidad a los españoles y todos desean comprar su libertad con la vida de sus amos, y esta mala nación juntarse ha con la que se rebelaren, ahora sean españoles o indios. Para asegurar esta tierra en servicio de Nuestro Señor y obediencia de V.M. hay algunos remedios que me parecen necesarios y casi forzosos para que la tierra no se pierda y que diré a V.M. los mande ver y proveer lo que fuere servido [...].
Lo principal que V.M. debe mandar preveer es el repartimiento que tiene ofrecido a los conquistadores y pobladores [...]. Lo otro es que V. M. mande que se entresaque parte de la gente española y mestizos e negros, que hay sobrada en la tierra, para alguna conquista; y si ésta no se ha de hacer, que mande V. M. cerrar la puerta con toda manera de españoles, para que no pasen a esta Nueva España, y que lleven los mestizos que se pudieren enviar en los navíos que fueren a España, porque son muy perjudiciales [...].
Que V.M. mande que no se den tantas licencias para pasar negros, porque hay en esta Nueva España más de veinte mil y van en gran aumento, y tantos podrían ser que pusiesen la tierra en
confusión.
Lo otro que V.M. haga merced de dar el hábito de Santiago a algunos caballeros e hijosdalgos de los que tienen haciendas en esta Nueva España, que tengan méritos, que son pocos, porque será obligarlos de nuevo a ser fieles vasallos y a que vivan cristiana y virtuosamente [...].
Lo otro que V. M. mande que se pueblen, demás de ocho lugares de españoles que hay poblados, otros cuatro o cinco, en partes convenientes [...]; pero esto no se puede hacer si los indios no ayudan a los edificios y se les toman algunos pedazos de tierra, que para todos hay sobra si quisiesen conchabarse. [...]
Lo otro, que el que aquí gobernare, tenga más bastante poder que el que V. M. me mandó dar, porque de cada cosa que proveo en casos de buena gobernación, apelan de mí para la Audiencia y las más veces no viene en efecto lo proveído; que es harto daño y se da ocasión a atrevimientos, de que podrían suceder inconvenientes [...].
En los navíos desta flota envío, de la Real Hacienda, cien mil castellanos, conforme a lo que V.M. tiene mandado que se envía en cada navío; y de particulares llevan valor de un millón y trecientos mil ducados; otra flota partirá por setiembre o octubre del presente año y se enviará otra buena partida. Las minas e todas las haciendas que en esta Nueva España tienen valor, van en gran disminución, a causa de quitarles los servicios personales y tememos, porque sin éstos no se pueden labrar ni proveer los bastimentos [...]. VELASCO, Luis de (1553): Carta del virrey de Nueva España a Carlos I.

Convenía y es necesario que S. M. y V. A. tengan por bien el mandar juntar congregación de letrados teólogos, pues es su propia materia, y juristas de todos los Consejos, como muchas veces el Emperador, que haya santa gloria, para particulares negocios de la Indias mandó juntar, en la cual se vean y examinen las conclusiones que yo tengo aparejadas para ello [...]:
La primera, que todas las guerras que llamaron conquistas fueron y son injustísimas y de propios tiranos.
La segunda, que todos los reinos y señoríos de Indias tenemos usurpados.
La tercera, que las encomiendas o repartimientos de indios son iniquísimos, y de per se malos, y así tiránicos y tal gobernación tiránica.
La cuarta, que todos los que las dan pecan mortalmente, y los que las tienen están siempre en
pecado mortal, y si no los dejan no se podrán salvar.
La quinta, que el rey nuestro señor, que Dios prospere y guarde, con todo cuanto poder Dios le dio, no puede justificar las guerras y robos hechos a estas gentes, ni los dichos repartimientos ni encomiendas, más que justificar las guerras y los robos que hacen los turcos al pueblo cristiano.
La sexta, que todo cuanto oro y plata, perlas y otras riquezas que han venido a España, y en las
Indias se trata entre nuestros españoles, muy poquito sacado, es todo robado. Digo poquito sacado, por lo que sea quizá de las islas y partes que ya habernos despoblado.
La séptima, que si no lo restituyen lo que han robado y hoy roban por conquistas y por repartimientos o encomiendas y los que de ello participan, no podrán salvarse.
La octava, que las gentes, naturales de todas las partes y cualquiera de ellas donde habremos entrado en las Indias, tienen derecho adquirido de hacernos guerra justísima y raernos de la haz de la tierra, y este derecho les durará hasta el día del juicio.
Estas conclusiones prueba el autor larguísimamente en el libro que dio a Su Majestad. DE LAS CASAS, Fray Bartolomé (1565): Memorial al Consejo de Indias.

Conquista de América por Wikipedia,
Administración española de América por Wikipedia, Anarella Vélez
Audiovisuales "La leyenda negra española" por Academia Play; serie "Conquistadores: adventum".