Actualizado a 08 de abril de 2024

El pensamiento del Renacimiento

"Hombre de Vitrubio" (1490), por Leonardo da Vinci.

Tampoco me atrevo a explicar, por qué aquellas artes, que tanto se acercan a las liberales, es decir, la pintura, la escultura y la arquitectura cayeron durante tanto tiempo tan bajo, que junto con las letras parecieron muertas; y por qué ahora se levantan y resucitan y existe una tan gran abundancia de buenos artistas y de hombres de letras. Pero de cualquier forma, lo mismo que el tiempo pasado fue triste porque no se encontró en él ningún hombre sabio, de igual manera en esta nuestra época debemos congratularnos, porque si nos esforzamos un poco, confío que pronto restauraremos, más que la ciudad, la lengua de Roma v con ella todas las disciplinas. VALIA, I. (1444): Elegantiae linguete latinae.
Mas la pérdida o el gran oscurecimiento de esas dos lenguas augustas, latina y griega, trajo forzosamente que en las mismas tinieblas y envilecimiento quedasen sumidas las artes y disciplinas que en aquellas lenguas habían tenido su expresión y que las voces perdieran su sentido preciso v se introdujesen desconocidos y feos idiotismos. VIVES, T.L. (1531): De las disciplinas.

Y partiendo de este punto pensaba en el porvenir y me preguntaba: Si tú por casualidad pudieras prolongar durante otros dos lustros esta vida fugaz y en ese tiempo, calculado por ti, pudieras aproximarte a la virtud, tanto cuanto en estos dos años te has alejado de la antigua maldad, por la lucha del antiguo y del nuevo deseo, ¿no podrías, quizá, aunque no con seguridad, pero sí al menos con esperanza, afrontar la muerte a los cuarenta años de edad y pasar el resto de la vida, que avanza ya hacia la vejez con mente tranquila? A éstos y a otros pensamientos semejantes daba yo vuelta en mi corazón, padre mío. PETRARCA F. (1336): Familiarum Rerum Libri.

Desdeñemos las cosas terrenales, despreciemos las celestes, y abandonando todo cuanto en el mundo existe, volemos a la sede ultraceleste próxima a la excelsitud divina. Allí, como narran los sagrados misterios, los serafines, los querubines y tronos ocupan los primeros puestos. Emulemos también nosotros su dignidad y gloria, incapaces desde ahora de ceder y no contentándonos con el segundo puesto. Pues si verdaderamente lo deseáremos, no les seremos en nada inferiores. PICO DE LA MIRÁNDOLA, G. (1486): De hominis dignitate.
En él [hombre] reside una mente capaz de tanto consejo, de tanta prudencia, de tanta razón, tan fecunda que, de suyo, da a luz increíbles partos. Invenciones suyas son las ciudades, las casas, la utilización de los animales, de las hierbas, de las piedras, de los metales; los nombres de todas las cosas, que los más sabios de los hombres admiraron como uno de sus más felices hallazgos. Y luego, lo que no es hallazgo menor, la comprensión en muy contadas letras de toda aquella inmensa variedad de sonidos de la voz humana, con las cuales se escribieron y divulgaron tantas disciplinas, entre las cuales está comprendida la religión, el conocimiento y el culto del padre Júpiter y de los restantes dioses, sus hermanos. Esta cualidad, que no reside en ninguno de los otros anímales, sino en éste, es una prueba de aquel deudo que tiene con los dioses. Alléguese a esto que de bien poco le hubieran aprovechado todos los inventos susodichos si, por añadidura, no tuviese como un almacén o tesoro de todas estas cosas, donde conservar toda esta divina riqueza oculta: la memoria, prontuario de todo aquello que dije. Y de estas dos facultades, la memoria y la mente, nacen en cierto modo la previsión y la conjetura de lo por venir, centella de aquella divina ciencia sin suelo que contempla todo lo futuro como en flagrante actualidad. VIVES, J.L. (1518): Fábula del hombre.

Quiero pues que sea nacido gentilhombre y de casa nobiliaria. Que sea conocido entre los demás como audaz, fuerte y leal al principio al que sirve. Que sea, como suele decirse, hombre de bien, es decir; prudente, bueno, valiente, dueño de sí mismo. Creo que su principal, su verdadera profesión debe ser la de las armas. Que sea maestro en todos los ejercicios propios de un guerrero. Como la caza ofrece un cierto parecido con la guerra y es además verdaderamente el placer de los señores, conviene al cortesano, incluso el juego de la pelota, porque desarrolla la rapidez y la destreza de cada miembro.
Quiero que el cortesano sea más que medianamente instruido en las letras, que sepa no sólo el latín, sino también el griego. Que conozca a los poetas y a los oradores y a los historiadores y, además, que sepa escribir en verso y en prosa, particularmente en nuestra lengua. CASTIGLIONE, B. de (1528): El cortesano.
Ahora, es la posesión de la razón la que hace al hombre. Si los árboles y las bestias salvajes crecen, los hombres, creedme, se moldean. Los que antiguamente vivían en bosques, guiados por meras necesidades y deseos naturales, no dirigidos por leyes ni organizados en comunidades, eran más bien bestias salvajes que hombres. Porque la razón, rasgo de humanidad, sobra allí donde todo lo domina el instinto. Es indiscutible que un hombre no instruido por la razón en filosofía y cultura es una criatura inferior al animal, ya que se demuestra que no hay bestia más salvaje o peligrosa que un hombre que actúe en toda ocasión por ambición, deseo, ira, envidia o mal genio. De aquí que pueda concluir que el que no permite que su hijo sea instruido de forma conveniente, no es hombre, ni hijo de hombre. [...]
La naturaleza al daros un hijo, os presenta, permitidme decirlo, una criatura ruda, informe, a la que por vuestra parte debéis moldear para que se convierta en un hombre de verdad. Si este
moldeado se descuida, seguiréis teniendo un animal: si por el contrario, se realiza seria y sabiamente, tendréis, casi diría, lo que puede resultar un ser semejante a Dios. ERASMO DE ROTTERDAM (1529): Sobre la enseñanza firme pero amable de los niños.

No pienses tú luego que esta la caridad en venir muy continuo a la iglesia, en hincar las rodillas delante de las imágenes de los santos, en encender ante ellos muchas candelas, ni trasdoblar las oraciones muy bien contadas. No digo que es malo esto; mas digo que no tiene Dios tanta necesidad de estas cosas. ¿Sabes a que llama Pablo caridad? edificar al prójimo con buena vida y ejemplo, con obras de caridad y con palabras de santa doctrina, tener a todos por miembros de un mismo cuerpo, pensar que todos somos una misma cosa en Jesucristo, gozarte en el Señor por los bienes y provechos de tu prójimo como por los tuyos mismos, remediar los males y daños ajenos como los tuyos propios, corregir con mansedumbre al que yerra, enseñar al que no sabe, levantar y aliviar al que esta abatido, consolar al desfavorecido, ayudar al que trabaja, socorrer al necesitado. En conclusión: todo tu poder y hacienda, todo tu estudio y diligencia, todo tus cuidados y ejercicios emplearlos en aprovechar a muchos por Jesucristo así como el lo hizo, que ni nació ni vivió, ni murió para si; mas todo se dio enteramente por nuestro provecho así también nosotros sirvamos y ayudemos al de nuestro prójimo y no al nuestro. ERASMO DE ROTTERDAM (1503): Manual del caballero cristiano.

En el principio del mundo, siendo los pobladores contados, vivieron dispersos como los animales. Después, al multiplicarse las generaciones y a fin de defenderse mejor, buscaron entre ellos al más robusto y esforzado, le hicieron jefe y le obedecieron. De aquí provino el conocimiento de lo bueno v honesto, y su distinción de lo malo y depravado. Observando que si uno dañaba a su benefactor aparecerían el aborrecimiento y la compasión entre los hombres, reprochando a los ingratos y honrando a los agradecidos, y aun pensando en que ellos mismos podían recibir idénticas injurias, se obligaron a dar leyes y ordenar el castigo a quien las quebrantara. De esta forma se tuvo la noción de justicia. Después, en caso de elegir príncipe, no buscaron al más vigoroso, sino al más prudente y justo. [...]
De aquí nace la cuestión de si es mejor ser amado que temido, o viceversa. Respóndese que convendría ser lo uno y lo otro simultáneamente, pero, como es difícil conseguir ambas cosas al mismo tiempo, el partido más seguro consistiré en ser temido antes que amado, cuando se ha de prescindir de uno de los extremos. Puede decirse de modo general de los hombres que son ingratos, volubles, fingidores, disimuladores, temerosos de los peligros y codiciosos de ganancias. Mientras les beneficias y no necesitas de «líos, te pertenecen por entero y te ofrecen su sangre, caudal, vida e hijos; pero, cuando llega la ocasión, se rebelan y te desconocen. El príncipe que se fía de sus palabras, carece de providencias y se arruina; poique las amistades que se adquieren, no con la nobleza y grandeza de alma, sino con el precio de las cosas, se granjean pero no se poseen, y no aprovechan en los tiempos apurados. Los hombres tienen menos reparos en ofender al que se hace amar que al que se hace temer, porque el amor se conserva por el solo vínculo de la obligación, la cual, debido a la perversidad humana, rompe toda ocasión de interés personal; pero el temor se conserva por miedo al castigo, que no te abandone jamás.
Empero, el príncipe debe lograr que se le temí de suerte que, si no se hace amar, evite ser odiado; porque se puede muy bien ser temido sin ser odiado. Lo logrará siempre que se abstenga de apoderarse de los bienes de sus gobernados o servidores, y de sus mujeres. Cuando tenga que derramar la sangre de alguno, lo ejecutará con razón conveniente y causa manifiesta. Mas sobre todo, procure no apoderarse del caudal de la víctima, pues los hombres olvidan antes la muerte de su padre que la pérdida de su hacienda. Además, nunca faltan motivos para robar el patrimonio ajeno: el que principia viviendo de rapiñas halla siempre pretextos para adueñarse de las propiedades de los otros; en cambio, las ocasiones de derramar la sangre faltan con mayor frecuencia. MAQUIAVELO, N. (1513): El príncipe.

Os he descrito con la mayor sinceridad el modo de ser de su República a la que considero no sólo la mejor, sino la única digna de llevar tal nombre. Porque en otros sitios los que hablan de la República lo que buscan es su interés personal. Pero en Utopía, como no hay intereses particulares, se toma como interés propio el patrimonio público; con lo cual el provecho es para todos.
En otras repúblicas todo el mundo sabe que si uno no se preocupa de sí se moriría de hambre, aunque el Estado sea floreciente. Eso le lleva a pensar y obrar de forma que se interese por sus cosas y descuide las cosas del Estado, es decir, de los otros ciudadanos. En Utopía, como todo es de todos, nunca faltará nada a nadie mientras todos estén preocupados de que los graneros del Estado estén llenos. Todo se distribuye con equidad, no hay pobres ni mendigos y aunque nadie posee nada todos sin embargo son ricos. ¿Puede haber alegría mayor ni mayor riqueza que vivir felices sin preocupaciones ni cuidados? Nadie tiene que angustiarse por su sustento, ni aguantar las lamentaciones y cuitas de la mujer, ni afligirse por la pobreza del hijo o la dote de la hija. Afrontan con optimismo y miran felices el porvenir seguro de su mujer, de sus hijos, nietos, bisnietos, tataranietos y de la más dilatada descendencia. Ventajas que alcanzan por igual a quienes antes trabajaron y ahora están en el retiro y la impotencia como a los que trabajan actualmente.
[...] ¿Qué justicia es la que autoriza que un noble cualquiera, un orfebre, un usurero o cualquier otro que no hacen nada o hacen cosas contrarias al Estado, puedan llevar una vida regalada sin mover un dedo. o en negocios sucios y sin responsabilidad? Entre tanto el criado, el cochero, el artesano, el labriego andan metidos en trabajos que no aguantarían ni los animales por lo duros y al mismo tiempo tan necesarios que sin ellos la República se vendría abajo antes de un año. MORO, T. (1516): Utopía.

"Filosofía del Renacimiento" por Emiliano Cerón.

Erasmo de Rotterdam por
Maquiavelo por
Tomás Moro por
Audiovisuales "¿Qué fue el Renacimiento?" por Enterarse; "Erasmo de Rotterdam", "Maquiavelo" y "Michel de Montaigne" por Marte-19;
Podcast "Humanismo y Renacimiento" de UNED; "Jakob Fugger" por La Tortulia;
FUENTES: ARTOLA, M. (1985): Textos fundamentales para la Historia;