"La familia real de Carlos IV " (1801), por F. de Goya [audioguía infantil].
El rey Carlos IV y María Luisa recibían cada día […] una gran impresión, un choque moral con cada noticia nueva de lo que ocurría en Francia; era la época de las angustias, de las desgracias del rey Luis XVI, de María Antonieta, la reina, y de su infortunada familia. Profundamente impresionados por aquellos acontecimientos desastrosos, Carlos IV y María Luisa les atribuían en parte, y poco se equivocaban, al cambio continuo de ministerios a que se veía al rey por las intrigas y las influencias contrarias y funestas de su corte. La vecindad de los reinos hacía temer a cada instante que el incendio se comunicase de uno a otro. Carlos IV miraba a su alrededor […] no sabía en quién depositar su confianza. Dudaba […]. Este era el estado de ánimo de Sus Majestades. Hubiesen querido encontrar un hombre que fuese su propia hechura, un verdadero amigo y que, ligado lealmente a sus personas y a su casa, velase fielmente por el buen servicio del Estado; un súbdito, en fin, en quien el interés particular se identificase con el de sus amos […]. Las alteraciones de Francia eran cada día más graves; el peligro de contagio cada vez más amenazador. A un ministro viejo e irresoluto acababa de suceder otro anciano que, pasándose de extremo contrario, quería arriesgarlo todo. La pusilanimidad de uno, la temeridad de otro, inspiraban al rey idéntica desconfianza. Provocaciones, insultos directos salían de la tribuna francesa; el trono de Luis XVI acababa de hundirse; la república le había sustituido y no se hablaba si no de revolucionar los Estados vecinos, de llevar a ellos la propaganda y la guerra. Ya la invasión había tenido lugar en el Norte; Luis XVI, jefe de la familia de los Borbones, con la reina y sus hijos, prisioneros, iban a ser juzgados. ¿Qué hacer? ¿Qué conducta política adoptar? ¿Cómo librarse de la fatalidad de la suerte? La tormenta estallaba, rugía por todas partes [...] cuando el terror amenazaba nuestras puertas y helaba las inteligencias, me vi yo, ¡Dios mío!, de repente, en el timón del Estado. GODOY, M. (1836): Memorias.
Con motivo de haber dado noticia a la vía reservada de Hacienda de los Administradores de las
Aduanas de Sevilla, Cádiz y Ágreda de haber llegado a ellas varias remesas de libros franceses [...] he resuelto [...]:
1. Que todas las brochuras o papeles impresos o manuscritos que traten de las revoluciones y nueva constitución de la Francia desde su principio hasta ahora, luego que lleguen a las Aduanas, se remitan por los Administradores de ellas directamente al Ministerio de Estado [...].
2. Que los abanicos, cajas, cintas y otras maniobras que tengan alusión a los mismos asuntos, se remitan al Ministerio de Hacienda, que dispondrá se les quiten las tales alusiones, antes de entregarlas a sus dueños.
3. Que todos los libros en lengua francesa que lleguen a las Aduanas de las fronteras y puertos con destino a Madrid, se remitan al Gobernador del Consejo, para que haciéndolos reconocer, se dé el pase a los que fueren corrientes, deteniendo los sediciosos, y que traten de las revoluciones de Francia. Real Orden del 15 de julio y cédula del Consejo del 22 de agosto de 1792 [medidas contra la Revolución Francesa].
Carlos IV y Fernando VII: la maldición de España.
El Rey nuestro señor, acompañado de sus amados hermanos, tío y sobrinos, se trasladó ayer 24 del corriente desde el real sitio de Aranjuez al palacio de esta villa, donde permanecen S.M. y A.A. sin novedad en su importante salud [...] El Sr. Rey D. Carlos IV se sirvió expedir el real decreto siguiente: Como los achaques de que adolezco no me permiten soportar por más tiempo el grave peso del gobierno de mis reinos, y me sea preciso para reparar mi salud gozar en clima más templado de la tranquilidad de la vida privada, he determinado después de la más seria deliberación, abdicar mi corona en mi heredero y mi muy caro hijo el Príncipe de Asturias. Por tanto es mi real voluntad que sea reconocido y obedecido como Rey y señor natural de todos mis reinos y dominios. Y para que este mi real decreto de libre y espontánea abdicación tenga su exacto y debido cumplimiento, lo comunicareis al Consejo y demás a quienes corresponda. Dado en Aranjuez a 19 de Marzo de 1.808 Yo el rey a don Pedro Cevallos. Gaceta de Madrid, 25 de Marzo de 1.808.
Querida hija mía: decid al gran duque de Berga la situación del rey mi esposo, la mía, y la del pobre príncipe de la Paz. Mi hijo Fernando [VIII] era el jefe de la conjuración [Motín de Aranjuez]; las tropas estaban ganadas por él; él hizo poner de las luces de su cuarto en una ventana para señal de que comenzaba la explosión. En el instante mismo los guardias y las personas que estaban a la cabeza de la revolución, hicieron tirar dos fusilazos. Se ha querido persuadir que fueron tirados por la guardia del príncipe de la Paz [M. Godoy], pero no es verdad. Al momento los guardias de Corps, los de infantería española y los de la valona, se pusieron sobre las armas, y sin recibir órdenes de sus primeros jefes, convocaron a todas las gentes del pueblo, y las condujeron a donde les acomodaba.
El rey [Carlos IV] y yo [María Luisa] llamamos a mi hijo para decirle que su padre sufría grandes dolores, por lo que no podía asomarse á la ventana, y que lo hiciese por si mismo a nombre del Rey para tranquilizar al pueblo; me respondió con mucha firmeza que no lo haría, porque lo mismo sería asomarse a la ventana que comenzar el fuego, y así no lo quiso hacer.
Después a la mañana siguiente le preguntamos si podría hacer cesar el tumulto y tranquilizar los amotinados, y respondió que lo haría, pues mandaría a buscar a los segundos jefes de los Cuerpos de la Casa real, enviando también algunos de sus criados con encargo de decir en su nombre al pueblo y a las tropas que se tranquilizasen; que también haría se volviesen a Madrid muchas personas que habían concurrido de allí para aumentar la revolución, y encargaría que no viniesen más.
Cuando mi hijo había dado estas órdenes fue descubierto el príncipe de la Paz. El rey envió a buscar a su hijo, y le mandó salir a donde estaba el desgraciado príncipe, que ha sido víctima por ser amigo nuestro y de los franceses, y principalmente del gran duque. Mi hijo fue y mandó que no se tocase más al príncipe de la Paz, y se le condujese al cuartel de guardias de corps. Lo mandó en nombre propio, aunque lo hacía por encargo de su padre; y como si él mismo fuese ya rey, dijo al príncipe de la Paz: Yo te perdono la vida.
El príncipe, a pesar de sus grandes heridas, le dio gracias, preguntándole si era ya rey. Esto aludía a que ya se pensaba en ello, pues el rey, el príncipe de la Paz y yo, teníamos la intención de hacer la abdicación en favor de Fernando cuando hubiéramos visto al emperador y compuesto todos los asuntos, entre los cuales el principal era el matrimonio. Mi hijo respondió al príncipe: No, hasta ahora no soy rey, pero lo seré bien pronto. Lo cierto es que mi hijo lo mandaba todo como si fuese rey, sin serlo, y sin saber si lo sería. Las órdenes que daba el rey mi esposo no eran obedecidas. Después debía haber en el día 19 en que se verificó la abdicación otro tumulto mas fuerte que el primero contra la vida del rey mi esposo, y la mía, lo que obligó a tomar la resolución de abdicar.
Desde el momento de la renuncia mi hijo trató a su padre con todo el desprecio que puede tratarlo un rey, sin consideración alguna para con sus padres. Al instante hizo llamar a todas las personas complicadas en su causa que habían sido desleales a su padre, y hecho todo lo que pudiera ocasionarle pesadumbres. El nos da priesa para que salgamos de aquí, señalándonos la ciudad de Badajoz para residencia. Entre tanto nos deja sin consideración alguna, manifestando gran contento de ser ya rey, y de que nosotros nos alejemos de aquí. En cuanto al príncipe de la Paz no quisiera que nadie se acordara de él. Los guardias que le custodian tienen orden de no responder a nada que les pregunte, y lo han tratado con la mayor inhumanidad.
Mi hijo ha hecho esta conspiración para destronar al rey su padre; nuestras vidas hubieran estado en grande riesgo, y la del pobre príncipe de la Paz lo está todavía.
El rey mi esposo y yo esperamos del gran duque que hará cuanto pueda en nuestro favor, porque nosotros siempre hemos sido aliados fieles del emperador, grandes amigos del gran duque, y lo mismo sucede al pobre príncipe de la Paz. Si él pudiese hablar daría pruebas, y aun en el estado en que se halla no hace otra cosa que clamar por su grande amigo el gran duque. Nosotros pedimos al gran duque que salve al príncipe de la Paz, y que salvándonos a nosotros, nos le dejen siempre a nuestro lado para que podamos acabar juntos tranquilamente el resto de nuestros días en un clima mas dulce y retirado, sin intrigas y sin mandos, pero con honor. Esto es lo que deseamos el rey y yo, igualmente que el príncipe de la Paz, el cual estaría siempre pronto a servir a mi hijo en todo. Pero mi hijo que no tiene carácter alguno, y mucho menos el de la sinceridad, jamás ha querido servirse de él, y siempre le ha declarado guerra como al rey su padre y a mí.
Su ambición es grande y mira á sus padres como si no lo fuesen. ¿Qué hará para con los demás? Si el gran duque pudiera vernos, tendríamos grande placer, y lo mismo su amigo el príncipe de la Paz, que sufre porque lo ha sido siempre de los franceses y del emperador. Esperamos todo del gran duque, recomendándole también a nuestra pobre hija María Luisa, que no es amada de su hermano. Con esta esperanza estamos próximos a verificar nuestro viaje, Luisa. Carta de la reina María Luisa a la reina de Etruria [su hija] (1808).
[De Fernando VII a Carlos]. Mi venerado padre y señor: Para dar a V.M. una prueba de mi amor, de mi obediencia y de mi sumisión […] renuncio a mi corona a favor de vuestra majestad, deseando que vuestra Majestad pueda disfrutarla durante muchos años […].
[De Carlos a Napoleón]. Su Majestad el rey Carlos que no ha tenido en toda su vida otra mira que la felicidad de sus vasallos ha resuelto ceder como cede por el presente todos sus derechos al trono de España y de las Indias a Su Majestad al emperador Napoleón como el único que, en el estado en el que han llegado las cosas, puede establecer el orden; entendiéndose que dicha cesión solo ha de tener efecto para hacer gozar a sus vasallos de las condiciones siguientes: 1º La integridad del Reino será mantenida […] 2º La religión católica, apostólica y romana será la única de España […]. Abdicaciones de Bayona (5 de Mayo de 1808).
[De Carlos a Napoleón]. Su Majestad el rey Carlos que no ha tenido en toda su vida otra mira que la felicidad de sus vasallos ha resuelto ceder como cede por el presente todos sus derechos al trono de España y de las Indias a Su Majestad al emperador Napoleón como el único que, en el estado en el que han llegado las cosas, puede establecer el orden; entendiéndose que dicha cesión solo ha de tener efecto para hacer gozar a sus vasallos de las condiciones siguientes: 1º La integridad del Reino será mantenida […] 2º La religión católica, apostólica y romana será la única de España […]. Abdicaciones de Bayona (5 de Mayo de 1808).
Manuel Godoy por Wikipedia
Audiovisuales "Carlos IV" de Reyes de España; "A la sombra de la revolución" de Memoria de España; "Batalla de Trafalgar", "Tratado de Fontainebleau", "Motín de Aranjuez" y "Abdicaciones de Bayona" por tunAtun; "Motín de Aranjuez" (obra teatral) por A. C. Amotinados de Aranjuez; y "Carlos IV, el rey cazador, relojero y cornudo" por BioPic.
Podcast "Trafalgar", "Expedición a Dinamarca" y "La defensa de Buenos Aires" de Memorias de un tambor;
PRÁCTICA Protagonistas de la Crisis del Antiguo Régimen en España (1788-1833). [2º Bach.]
FUENTES: Museo del Prado;